-¿Qué te pasa?- Así, con una
simple frase, directa a mis miedos, incisiva como siempre. Pero ¿Era Eloísa tan
amiga mía como para contarle mi más profundo secreto? Después de tantos años y secretos, sabía que
contaría con su indiferencia y, por añadido o a causa de ella, su
discreción. Así que me armé de valor y
le desvelé mi coulrofobia (fobia a los payasos).Como era previsible,ella se ciñó a su guión: no dijo nada, simplemente se encogió de hombros. La hize prometer que no se lo diría a nadie. Nuestros meñiques sellaron una vez más un acuerdo inquebrantable de silencio. Ajeno a ello, el día desgranó su habitual rutina hora tras hora.
A la mañana siguiente, mi tranquilo despertar me ocultaba tras su normalidad una desagradable sorpresa. La pesadilla se iba a hacer real.
Cuando llegué a lo que parecía mi prisión del día a día, no me esperaba ninguno de los acontecimientos que en esa mañana, tan pacífica, iban a suceder. Caminaba. como de costumbre, al lado de Eloísa la cual me contaba todos los embrollos de su vida sentimental. Pero cuando me adentré en mi celda, algo había raro: todos estaban con sus pupilas fijas en nosotras, pero cuando me fijé detenidamente descubrí que sus intrigantes miradas se dirígian a mi pequeño cuerpo. Inquieta fuí a ocultarme a mi pupitre, pero me detuve en seco al ver que tenía dibujada una carpa de circo. Un escalofrío, como un augurio de que algo iba a ocurrir, algo sin duda, espantoso, me recorrió la espalda. Después de quedarme un instante , el cual me pareció eterno, petrificada mirando ese grotesco boceto. Pensando en quien lo había hecho.Aterrada por sentir mi secreto descubierto. Al fin me giré, vi a un gran payaso. No pude pensar en nada más. En mi mente solo existía el payaso y su gran nariz roja. Empecé a hiperventilar hasta el punto en que me desmayé.
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